jueves, noviembre 21

La historia de amor gay que llevó al robo improvisado y fallido de un banco que se transformó en Tarde de perros, un éxito del cine

Al Pacino y John Cazale interpretaron a dos ladrones que sin planificación ni experiencia intentaron asaltar una sucursal del Chase Manhattan Bank. Qué motivó a los delincuentes a tratar de quedarse con todo lo que había en el tesoro

Cuando “Tarde de perros” se estrenó en Nueva York, el 21 de septiembre de 1975, no quedó una butaca vacía en ninguna de las salas que proyectaron la película, un fenómeno que se repitió durante semanas. Es que los neoyorquinos tenían todavía fresco el recuerdo del insólito – y espectacular – asalto con toma de rehenes a la sucursal del Chase Manhattan Bank en Brooklyn que, transmitido en vivo y en directo por las cadenas de televisión, los tuvo en vilo durante 14 horas.

La película de Sidney Lumet, protagonizada por Al Pacino y John Cazale, cuenta los hechos ocurridos apenas tres años antes, el 22 de agosto de 1972, cuando John Wojtowicz, Salvatore Naturile y Robert Westenberg intentaron robar la sede del banco sobre la avenida P 450 en Gravesend, un barrio del suroeste de Long Island.

El robo se inició sobre la hora de cierre del banco y los ladrones calculaban que se llevarían un botín de entre 150.000 y 200.000 dólares del tesoro, pero solo encontraron 29.000 y algunos miles en cheques de viajero. Poco después de entrar, Westenberg decidió irse y escapó –sin llevarse dinero y dejando su arma–, mientras que Wojtowicz y Naturile, que mantuvieron a ocho empleados del banco como rehenes, quedaron atrapados dentro de la sucursal rodeada por decenas de policías y, más tarde, agentes del FBI.

Después de varias horas de negociaciones, Wojtowicz y Naturile plantearon sus demandas: liberar a una tal Elizabeth Eden, que estaba internada después de un intento de suicidio en el Kings County Hospital Center, a cambio de un rehén. También solicitaron hamburguesas y gaseosas para todos. Además exigieron un transporte hacia el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy para ellos y los rehenes y un avión para volar fuera del país, donde liberarían al resto de los empleados del banco que mantenían en su poder. El asalto terminó mal, porque al llegar al aeropuerto, el FBI mató a Naturile y logró reducir a Wojtowicz.

Contada así, es la historia de un robo fallido – uno más entre tantos – que podría haber pasado rápidamente al olvido. Si no fue así y llegó a transformarse en el guion de una de las películas más taquilleras de la década de los ‘70, de debió a dos hechos: el espectáculo montado por Wojtowicz en la vereda del banco durante las negociaciones, que fue seguido por centenares de curiosos que, incluso, le manifestaron abiertamente su apoyo mientras ridiculizaba a la policía, y más que nada por una frase reveladora que el ladrón gritó en la calle para que la escuchara todo el mundo: “Quiero que traigan hasta acá a mi esposa desde el hospital del condado de King. Su nombre es Ernest Aron. Es un hombre. Soy gay”.

Más tarde, en una comunicación telefónica con el detective Eugene Moretti, reveló la razón por la cual había asaltado el banco: conseguir dinero para pagarle una operación de cambio de sexo a Aron, para que pudiera cumplir su sueño de convertirse en Elizabeth Eden, porque era “una mujer que se siente atrapada en el cuerpo de un hombre”.

Todo por amor

John Wojtowicz tenía 27 años cuando intentó asaltar el banco. Nacido en 1945, había sido, en sus propias palabras “un chico normal” hasta fines de la década de los ‘60. Después de terminar la secundaria, se alistó en el ejército, donde aprendió a usar armas, para combatir en Vietnam. Después de la baja, consiguió empleo en el Chase Manhattan Bank, donde conoció a Carmen Bifulco, una compañera de trabajo con la que se casó en 1967 y tuvo dos hijos.

Ese fue el último intento de Wojtowicz por seguir sintiéndose “normal”. Por entonces ya luchaba en secreto con la dirección de su deseo. Había tenido su primer encuentro homosexual en el ejército con “un tipo llamado Wilbur”, pero al volver quiso formar una familia como Dios mandaba. El intento no duró mucho tiempo: a fines de 1969 le confesó a Carmen, se separó y, dispuesto a mostrarse ante el mundo tal como era y se sentía, se unió a la Gay Activist Alliance.

En 1971 conoció a Ernie Aron, que se sentía “una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre” y ya por entonces se presentaba como Liz Eden. Decidieron casarse, algo imposible por la legislación de esa época, pero lograron que el cura católico Gennaro Aurichio accediera a hacerlo en una “ceremonia de bendición”, lo que más tarde le costaría su expulsión de la Iglesia.

A pesar de estar –como ellos mismos decían– enamorados, la relación se volvió pronto tormentosa, porque Eden quería someterse a una operación de cambio de sexo y Wojtowicz no estaba de acuerdo. Fue así hasta que Aron-Liz intentó suicidarse por no poder tolerar más la situación y Wojtowicz accedió. Pero para una intervención quirúrgica de ese tipo hacía falta mucho dinero, unos 2.500 dólares de la época, una suma imposible para la ajustada economía de la pareja. Fue entonces cuando Wojtowicz decidió financiar la operación mediante el asalto a un banco.

Un asalto de película

Wojtowicz nunca había cometido un delito y tampoco conocía a nadie que tuviera experiencia en asaltar bancos, pero eso no lo detuvo. Convenció a dos amigos del mundo gay neoyorquino, Naturile y Westenberg, para que lo secundaran, con los que formó un trío decidido, pero completamente inexperto.

Tanto es así que, cuando perpetraron el asalto a la sucursal del Chase en Brooklyn, venían de dos intentos en otros bancos que habían fallado antes, incluso, de que pudieran iniciarlos. La primera vez, a Wojtowicz se le cayó la escopeta en la vereda cuando bajaban del auto y debieron huir antes de siquiera entrar al banco. En la segunda, tuvieron que abortar el robo cuando ya estaban adentro pero aún no habían mostrado las armas porque Westenberg se encontró con una amiga de su madre.

El tercer intento lo hicieron después de haber visto “El Padrino”, la película de Francis Ford Coppola estrenada ese mismo año. Por eso, cuando el 22 de agosto entraron al Chase Manhattan, Naturile inició el robo dándole al cajero una nota que parafraseaba una cita del filme: “Esta es una oferta que no puede rechazar”

Wojtowicz contaría después que habían elegido el Chase de Brooklyn porque un antiguo compañero de trabajo – cuya identidad nunca reveló – le había dicho que esa tarde, cerca del cierre, habría allí cerca de 200.000 dólares, pero que cuando el gerente les abrió la puerta del tesoro solo encontraron 29.000. Llegaron tarde, porque apenas media hora antes un camión blindado había retirado casi todo el dinero.

Nervioso porque vio pasar un patrullero por la calle, Westenberg decidió irse y dejó su arma, mientras Wojtowicz intentaba quemar un registro con la numeración de los billetes en un cesto de papeles. Eso los perdió, porque alertado por el humo que vio dentro del banco, un transeúnte avisó a la policía que estaba pasando algo raro.

El circo mediático

La policía rodeó el banco y detrás de los patrulleros llegaron los curiosos y los canales de televisión. El robo frustrado se convirtió entonces un espectáculo, al que contribuyó el mal manejo inicial de los negociadores policiales, la transmisión en vivo y en directo, y un impensado histrionismo de Wojtowicz que, cada vez que salía a la calle para hablar con la policía –mientras Naturile mantenía a los rehenes dentro del banco– se iba ganado con su “actuación” la simpatía de los curiosos, que pronto sumaron centenares.

Cuando pidió pizzas y bebidas para los rehenes, le pagó al repartidor que se las entregó con billetes del banco y, al escuchar como los curiosos lo vitoreaban, comenzó a tirar billetes al aire para que se los llevara el viento. “Había una verdadera multitud reunida en Brooklyn. Era un circo, un verdadero espectáculo. Cualquiera lo hubiera amado, era un Robin Hood”, relató el periodista Bob Kapstatter, que cubría la noticia para el Daily News.

También se ganó la simpatía de los empleados del banco que mantenía como rehenes. Si nadie mencionó en ese momento que sufrieron el “Síndrome de Estocolmo” fue porque esa definición recién se acuñaría el 23 de agosto de 1973 –un año y un día después– en Suecia, cuando Jan-Erik “Janne” Olsson intentó asaltar el Banco de Crédito de Estocolmo y los rehenes confesaron después que le habían tenido más miedo a la policía que al asaltante, de quien elogiaron su amabilidad. En el caso de Wojtowicz, una de las rehenes, Shirley Ball, contaría años después en el documental The Dog: “Me di cuenta de que era amable, quería ser amigable, tenía un motivo para robar el banco, no creyó que se fuera a alargar tanto, pensó que iba a ser entrar y salir, pero tal como salieron las cosas, no pudo salir”.

El momento cumbre fue cuando Wojtowicz pidió que trajeran a su “esposa” y confesó a los cuatro vientos que era gay. Esa revelación -si bien provocó algún abucheo entre los curiosos– terminó por hacer que se ganara la simpatía de la mayoría. “Estaba siendo honesto, fue un bombazo. La liberación gay directo a la yugular”, dice Jeremiah Newton, un amigo de Aron, en el mismo documental.

Durante las 14 horas que se prolongó la toma, Wojtowicz atendió por teléfono a varios periodistas, conversó también con su esposa Aron-Liz y logró que trajeran a su madre, con quien conversó a los gritos desde la vereda del banco. A pesar de la resistencia de la policía, los cronistas aprovecharon para entrevistarla. “Cuando era niño, era bueno. No fue problema. El servicio militar lo estropeó todo”, les dijo la señora y contó que había asistido al “casamiento” de John con Aron y que estaba orgullosa de él.

Cuando finalmente los dos ladrones subieron con los rehenes al vehículo que los llevó al aeropuerto, ya eran miles las personas reunidas en los alrededores del banco. Al verlos salir, los vitorearon y aplaudieron.

El final, sin embargo, no fue el que, quizás, deseaba la mayoría de los curiosos y de los televidentes. Al llegar al Aeropuerto Kennedy, el FBI mató de un tiró en la cabeza a Salvatore Naturile y redujo rápidamente a John Wojtowicz. Robert Westenberg, el ladrón que había logrado huir, fue capturado pocas horas después.

En el juicio, realizado en abril de 1973, Westenberg fue condenado a dos años de prisión –fue declarado “no culpable” de la toma de rehenes– y Wojtowicz recibió una pena de veinte años, de los cuales solo cumplió cinco.

La película, el dinero y la operación

El productor de cine Martin Elfand supo del frustrado asalto a la sucursal del Chase Manhattan Bank de Brooklyn al leer en la revista Life un extenso artículo de los periodistas P. F. Kluge y Thomas Moore titulado The boys in the bank. Fascinado por la historia, se la propuso a otro productor, Martin Bregman, y al director Sidney Lumet, quienes contrataron a Frank Pierson para que escribiera el guion.

Pierson entrevistó a casi todos los protagonistas, a quienes se les hizo firmar un contrato de autorización para “meterlos” en la película. Cada rehén recibió 600 dólares y a Westenberg le ofrecieron 2.000, pero no aceptó por consejo de su abogado, que consideró que podía ser perjudicial para que obtuviera la libertad condicional.

Wojtowicz cobró 7.500 dólares por los derechos de la historia y trató de negociar también para que le dieran el uno por ciento de la recaudación bruta de la película. Finalmente aceptó una contrapropuesta que establecía que le pagarían 25.000 dólares si el filme era tan exitoso como “Sérpico”, el último éxito de Al Pacino, que ya había sido elegido para encarnar su personaje.

Apenas cobró esos 7.500 dólares iniciales, Wojtowicz le dio a Aron los 2.500 necesarios para que finalmente pudiera someterse a su ansiada operación de cambio de sexo y convertirse en Liz Eden. Poco después se separaron. En un programa de televisión, antes de ser liberado en 1978, le dijo a Eden frente a las cámaras: “No me arrepiento de haberlo hecho porque te salvó la vida”. Liz Eden murió de SIDA en 1987.

John Wojtowicz nunca cobró los 25.000 dólares que habían prometido pagarle si “Tarde de perros” era tan exitosa como “Sérpico”. Cuando lo liberaron, volvió a vivir a Nueva York, en la casa de su madre. No tenía dinero y tampoco conseguía trabajo por sus antecedentes penales. Llegó a ofrecerse como guardia de seguridad al mismo banco que había robado. “Soy el chico de la tarde de Tarde de Perros, y si estoy vigilando tu banco, nadie robará un centavo”, escribió en su solicitud de empleo. Lo rechazaron.

En 2002, los cineastas neoyorquinos Allison Berg y Frak Keraudren lo localizaron y lograron entrevistarlo para su documental The dog. “En aquel entonces, vivía en el olvido con su madre y se alegró de que alguien se acercara a interesarse por él”, contó Keraudren en un reportaje que le hizo la BBC.

“Le gustamos porque sabía que nos autofinanciábamos y pensó que éramos unos desvalidos neoyorquinos como él, así que decidió ayudarnos… Incluso se ofreció a robar un banco para nosotros”, relató Berg en 2015, cuando estrenaron la película.

Wojtowicz nunca llegó a ver el documental: había muerto de cáncer en 2006.

“Tarde de Perros”

A casi medio siglo de su estreno, “Tarde de Perros” es un clásico cinematográfico donde, junto a un Al Pacino brillante en el papel de Wojtowicz, luce la actuación descomunal de John Cazale interpretando –con muy pocas palabras y gestos siempre contenidos– a Salvatore Naturile.

La película fue candidata a seis Oscar y Pierson ganó el del mejor guion original. También fue nominada a siete Globos de Oro y tuvo seis nominaciones a los Premios BAFTA, entre muchos otros galardones.

El afiche del estreno ya forma parte de la historia del cine: “El atraco tenía que haber durado diez minutos. Cuatro horas más tarde el banco era un circo. Ocho horas más tarde era la emisión en directo más importante de la televisión. Doce horas más tarde era historia. Y todo es completamente real”, dice.

Solo en el año de su estreno, “Tarde de perros” recaudó 56 millones de dólares, el equivalente a más de 280 veces el botín que los tres ladrones improvisados pensaban llevarse del Chase Manhattan Bank de Brooklyn y casi 7.500 veces más que los escasos 7.500 dólares que le pagaron a John Wojtowicz por los derechos de su historia.